Segundo premio III concurso literario cuentos de La voz silenciosa.
Bruno, de Fany Gtz
Los primeros rayos de sol cayeron sobre él, poco a poco comenzó a mover su cuerpo entumecido por el frío, un olor lo hizo incorporarse velozmente, el olor venía del carro de tamales, la dueña del carro doblaba en la esquina para llegar frente a la entrada del palacio municipal, en este lugar era donde Bruno buscaba refugiarse durante la noche.
La puerta del palacio se abrió, de ella salió la señora encargada de la limpieza, sin deparo lanzó un balde de agua fría a Bruno para que se alejara de la entrada, él, temeroso buscó refugio detrás del carro, sin embargo, un señor que estaba por darle el primer bocado a su tamal, lo pateó para que se alejara.
Bruno tembloroso buscó un lugar donde el sol lo cobijara y así calmar el frio. Se sentó cerca del mercado, miraba fijamente a las personas que salían y entraban de aquel lugar. Había mucho movimiento, las personas vigorosas compraban todo para preparar la cena de Navidad, los niños contentos salían con sus piñatas rebosadas de fruta y dulces. Bastaba con que alguien hiciera contacto visual con Bruno para que él lo siguiera, esperaba conseguir un poco de comida o al menos una caricia.
Con un poco de suerte encontró una bolsa en el piso que tenía un pedazo de pan, apresurado y con la poca energía que le quedaba la abrió, apenas iba a dar un mordisco cuando el sonido de un claxon lo hizo saltar, él se alejó; el automóvil rodó sobre la bolsa, cuando pasó el peligro se acercó y comió el pan, pero éste no logró saciar su hambre.
Llegó la noche, en el pueblo había un ambiente festivo, los niños lanzaban cohetes por doquier, uno de ellos al ver a Bruno le pareció divertido lanzarle un cohete, prendió uno y lo arrojó hacía él, Bruno salió despavorido, desorientado por el estruendo y el miedo corrió hacia la avenida donde un automóvil lo golpeó.
Para su fortuna o desgracia (sólo él tendrá la respuesta) el golpe no fue lo suficientemente fuerte para dejarlo inmóvil y como pudo se arrastró hacía un lugar seguro.
Logró llegar a un árbol, su pequeño cuerpo comenzó a enfriarse rápidamente, sus ojos se cerraban mientras veía las luces adornando las casas, miraba a las personas pidiendo ayuda, pero de los labios de éstas sólo salía “Pobre perro”. A lo lejos se podían escuchar los cantos provenientes de la iglesia del pueblo, era media noche y arrullaban al niño Dios. Sus ojos se vencieron.
Pasó el tiempo (minutos, horas, no se sabe) por primera vez sintió algo cálido tocando su cuerpo sentía como si ese calor le quitará cualquier dolor, una voz le susurraba, abrió un ojo; miró a un hombre con una sonrisa que le decía ¡Bienvenido pequeño! Bruno suspiró; aliviado cerró los ojos, se sentía seguro y cobijado por los brazos de aquel hombre.
Esta noche sabía que podía descansar sin nada que temer. […]